Migración hondureña, otro reto para el gobierno de AMLO

No hay quien pueda decir el número exacto de personas que decidieron saltarse a las autoridades migratorias en la frontera con Guatemala y entrar a México. Las cifras más conservadoras hablan de al menos 5 mil. Los medios hablan de más de 7 mil. La mayoría salieron de Honduras el 12 de octubre como parte de un movimiento organizado por redes sociales. [A]hora los sigue una «segunda caravana».

(Ana Gabriela Rojas, BBC News Mundo, 25 de octubre de 2018)

Como cualquier país soberano, México no permite ni permitirá el ingreso a su territorio de manera irregular ni mucho menos de forma violenta.

(Enrique Peña Nieto, 20 de octubre de 2018)

La migración es un fenómeno normal en muchos seres vivos. Significa el desplazamiento de individuos desde su lugar de residencia a otro diferente, de manera temporal o permanente. Sucede en aves, mamíferos, insectos, entre otros, con fines tan básicos como alimentación y reproducción, aunque en los últimos años la supervivencia se vuelve el motivo mayor de cara a las modificaciones en regímenes de temperatura y humedad que conlleva el cambio climático, o amenazas por contaminación ambiental.

En la especie humana, el proceso migratorio también es influenciado por cambio climático y contaminación; sin embargo, a lo largo de la historia ha ocurrido fundamentalmente por causas económicas o sociales: los individuos tienen la pretensión de encontrar el trabajo y las alternativas de vida que no tienen en el lugar donde habitan. Se dice que cada persona tiene sus razones para migrar, pero que usualmente se basan en un equilibrio entre los factores que le obligan a irse (la emigración) y aquellos que le compelen a llegar (la inmigración). Entre los primeros, nombramos los siguientes: servicios básicos precarios, falta de educación, pobreza de cuidados en salud, desempleo, bajos salarios, condiciones peligrosas de trabajo, autoritarismo y persecución política, o conflictos armados. Entre los segundos, hallamos los siguientes: abundancia de alimentos, disponibilidad de servicios básicos, suficiencia de atención médica, oportunidades laborales, buenos salarios, mejor calidad de vida, y sistemas políticos democráticos con aparente goce de libertades.

En México, el fenómeno es añejo, conocido y asumido por la mayoría. ¿Quién no tiene un amigo o familiar viviendo en otro país, digamos, “al otro lado”? Esa persona en un momento decidió partir con el objetivo de hallar trabajo para poder sacar adelante a su familia, a quien dejó “en la tierra” y a la que periódicamente envía dinero. Son las remesas de las que se vanagloria el gobierno mexicano como “entradas” de divisas. Por otro lado, ¿quién no tiene un conocido que ha venido de otra latitud y se ha quedado a vivir acá, naturalizándose inclusive? Inmigrantes españoles, uruguayos, italianos, peruanos, franceses, guatemaltecos, rusos, alemanes, cubanos, y un largo etcétera, ahora son parte de la comunidad que, generalmente, contribuyen al desarrollo nacional.

La migración pasa en todo el planeta, aunque en la actualidad acontece más por factores negativos que positivos; se debe a esos imponderables que obligan a individuos y grupos a desplazarse a otras geografías a costa de sufrir malos tratos, pero sabiendo que si permanecen donde habitan su penar es mayor. Hoy es común saber de desplazamientos como los que experimentan ciudadanos sirios por la situación de guerra que han vivido en casa; y qué decir del periplo de los africanos en su sueño europeo. En ese contexto, la caravana de hondureños que actualmente transita por México da testimonio de la falla de un sistema económico global excluyente, depauperante, sobre el cual la comunidad internacional está obligada a actuar con prontitud. Es una muestra más de las precarias condiciones sociales, económicas y políticas que vivimos en la región, las que llegan al extremo de la violencia fatal. Asimismo, es prueba de la disparidad extrema que viven los países de Centro y Sur América respecto al gigante económico mundial, Estados Unidos.

La caravana, que en un primer momento contabilizó aproximadamente 7 mil personas (aunque ya se anuncia otra con mil quinientas) tiene como propósito llegar a la tierra del dólar y residir ahí. El desplazamiento se torna en un brete que crece conforme los viajantes se adentran en el territorio y se acercan a la frontera norte. El tirano que hoy gobierna en la nación vecina, Donald Trump, ha declarado contundentemente, “no pasarán”.

México se halla en situación preocupante, pues es claro que no posee los recursos materiales e institucionales como para enfrentar el fenómeno. El gobierno de Peña Nieto ya demostró su incapacidad en casi todo, y este reto va a quedar en manos de la próxima administración. A diferencia de la política de contención, maltrato y rechazo que ha caracterizado al actual gobierno y anteriores, el presidente electo, Andrés Manuel López Obrador y su equipo ofrecen opciones laborales a los migrantes, tal vez en la misma medida que las han ofrecido a los connacionales. Con todo, saben perfectamente que el estado de la nación es lamentable, por lo que plantean recurrir a la colaboración internacional, por caso el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR). También, a un acuerdo con los países del sur para unir esfuerzos en la búsqueda de soluciones. Y no todo queda ahí; el mismo Andrés Manuel ha advertido de la pertinencia de acordar con Trump y el primer ministro de Canadá, Justin Trudeau, sobre alternativas para apuntalar el desarrollo de países pobres. La pregunta es si eso bastará.

AMLO postula que, si las personas migran, lo ideal es que lo hagan por gusto, no por necesidad. Suena bien, pero por ahora las circunstancias van ganando y el fantasma del conflicto merodea. Aunque muchos sectores de la sociedad mexicana apoyan la caravana, existen indicios de rechazo por parte de algunos otros, al grado que han aflorado actos racistas y clasistas. También se recibe noticia que entre los migrantes existen personas que muestran actitudes poco favorables, pues luego de recibir alimentos y ropas los dejan abandonados en calles y banquetas; en el extremo, otros demuestran conductas antisociales que rayan en el delito. Por ello, hay quienes preguntan si realmente la ayuda debe darse. Sirve reflexionar con seriedad suficiente sobre qué podemos hacer los ciudadanos para coadyuvar a una relación armoniosa con quienes se supone sólo están de paso por México. Pero… ¿y si se quedan? Es difícil predecir lo que vendrá.

Definitivamente, el asunto no es de solución sencilla, pero es claro que la vía del Estado mexicano es asumir una posición firme y apegada a Derecho, abriendo canales de comunicación con todas las instancias internacionales pertinentes para atenderlo. Esperemos que así sea.

Fuente de imagen: misionescuatro.com/Morena Pérez Joachin/dpa/dpa 19-oct-2018
Twitter: @RicSantes Fecha de publicación en otros medios:

Plumas Libres, 26-oct-2018

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