México 2012: La flaqueza de hoy, la autoflagelación de mañana

 

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Ricardo V. Santes Álvarez

 

En el contexto de una elección presidencial aún no calificada por el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPJF) hay voces y plumas que, por motu proprio o por encargo, pretenden convencer sobre “realidades inocultables” que quisieran fueran tomadas como verdades últimas. Cito diez de ellas:

 

1.  La elección ya pasó y hay un ganador;

2.  Los ciudadanos ya decidieron quién será su presidente;

3.  Quien dude de la limpieza del proceso ofende a los millones que votaron libremente;

4.  No sólo se engaña quien duda, sino que lastima las instituciones que son de todos los mexicanos;

5.  Aquel que descalifica, lo hace mintiendo y fabricando “pruebas”;

6.  Es tiempo de procurar la unión y mirar por el bien del país;

7.  Debemos tender puentes y llegar a acuerdos con el nuevo gobierno;

8.  México no puede quedar atrapado en caprichos personales;

9.  El candidato perdedor nunca aceptará su derrota;

10.  Los jóvenes deben madurar y pasar de la protesta estéril a la propuesta constructiva.

 

El lector podrá estar de acuerdo o no con esas “realidades”, pero las manifestaciones populares en diversas ciudades del país surgen precisamente para refutarlas.

 

 

 

La protesta brota porque un amplísimo sector social está seguro que su derecho a decidir fue burlado, por enésima ocasión, durante el reciente proceso electoral. Las argumentaciones respecto al comportamiento de diversos actores (políticos, empresarios, autoridades, e incluso ciudadanos), que caen en el terreno de la inmoralidad, se han acumulado día tras día.

 Por razón del peso diferenciado de las conductas en que incurrieron las fuerzas políticas en pugna, el movimiento de las izquierdas es quien ha hecho acopio de mayor cantidad de probanzas, las cuales ahora están en manos del TEPJF y se espera que sean suficientes para que ese órgano colegiado invalide la elección. Sin embargo, el pesimismo es palpable.

 No obstante inéditos esfuerzos sociales que buscan la prevalencia de la democracia, de los que somos testigos y/o activos partícipes, la sociedad mexicana es perseguida por una acentuada cultura de sometimiento, indefensión y fatalidad, impuesta por recurrentes actos de ilegalidad, impunidad y soberbia. Ello ocasiona que el espíritu libertario se vea amenazado y socavado con el paso de los días. Máxime, frente a declaraciones y actuaciones de funcionarios cuyo trabajo supone la garantía de la defensa y respeto de la Constitución.

 Sirve recordar el reprobable exabrupto del magistrado presidente del TEPJF, Alejandro Luna Ramos, en el sentido de que lo que no se gana en las urnas no se ganará en “la mesa”; entonces, ¿para qué están los órganos responsables de impartir justicia? ¿Por qué está él ocupando ese tan bien remunerado cargo si de antemano advierte que no cumplirá con su responsabilidad? Peor es el desaliento sobre el respeto a la legalidad cuando el mismo Luna Ramos rechazó excusarse de conocer sobre la impugnación de la elección presidencial, siendo que por mero principio ético está impedido para ello toda vez que ya externó juicio.

 En ese mismo contexto, el magistrado Pedro Esteban Penagos, uno de los responsables de elaborar el proyecto de calificación, afirmó que ni marchas ni manifestaciones influirán en la resolución. Si esto es así, podría pensarse que las elites y su derroche de dinero tampoco harán olvidar a esos jurisconsultos su obligación para con la legalidad, la justicia y la democracia. Empero, la desconfianza no permite albergar muchas esperanzas.

 La onerosa institución electoral mexicana se encuentra cuestionada, y del sentido de su inminente fallo depende no sólo su viabilidad, sino el propio rumbo de nuestra trastabillante democracia.

 ¿Hay opción si el Tribunal erra en su resolución, afectando el interés nacional? Para muchos, la respuesta es afirmativa: rechazar la imposición.

 El rechazo no es sólo una pose caprichosa y utópica; es una convicción firme. Poco se reflexiona en que, por la experiencia reciente, la voluntad popular dejó de pertenecer totalmente a los gobernantes y demás grupos de poder.

 Hoy, es voluntad popular llevar a México a una etapa superior de desarrollo social, político y económico. Existe la certeza que las instituciones, gobiernos y modelos de “desarrollo” tradicionales solamente sirven a los propósitos de los privilegiados y por ello es impostergable ponerlos de lado. Se tiene también la seguridad que la flaqueza de hoy derivará irremediablemente en la autoflagelación de mañana si se dilapida esta oportunidad de transformación. Es por ello que la sociedad mexicana avanza por vías alternas y refuta seguir respondiendo con silencio y sumisión a las afrentas que le obsequian los influyentes.

 El renovado pensamiento busca romper añejas ataduras y construir un camino diferente, mediante estrategias de organización desde la base. El acuerdo social requerirá de liderazgos, aunque muy pocos de los conocidos políticos de la actualidad cuentan con la honestidad y solvencia moral como para merecer encabezar los anhelos que surgen del basamento de la pirámide. Por fortuna, los jóvenes que en los meses recientes han revolucionado el país están ahí, listos para asumir empresas mayores.

 Los ciudadanos comprometidos con el nuevo proyecto de país comprenden, finalmente, que la iniciativa para que ocurra el cambio debe ser acordada por todos y abanderada por quienes no se presten a la simulación. La receta consiste en conjuntar ímpetu con mesura, e ideas juveniles con experiencias, en torno a objetivos nacionales reencauzados.

 El proceso electoral 2012 ha revitalizado el pundonor de los millones de mexicanos que optaron por el cambio, lo que les permitirá superar los execrables intereses de los comodinos y retrógradas, sobre todo aquellos que retozan en las cúpulas partidistas.

 En estos momentos de desasosiego frente a un temido golpe a la democracia por parte de los magistrados del TEPJF, toca a la dignidad de cada ciudadano garantizar que México salga avante del desafío.

 Twitter: @RicSantes

 Ver también: Plumas Libres


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