La pirinola 2.0: TOMEN todos, o TODOS se PONEN

Dominio público

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No hay duda de que los noticiarios de la televisión ofrecen al espectador la sensación de que lo que ve es verdad, que los hechos vistos por él suceden tal y como él los ve. Y, sin embargo, no es así. La televisión puede mentir y falsear la verdad, exactamente igual que cualquier otro instrumento de comunicación. La diferencia es que la «fuerza de la veracidad» inherente a la imagen hace la mentira más eficaz y, por tanto, más peligrosa.
(Giovanni Sartori. 2001. Homo videns. La sociedad teledirigida. México: Taurus, p. 103)
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Circula en redes una imagen provocadora. Palabras más, palabras menos, sugiere que si tu inclinación es azul, gana azul; si tu inclinación es tricolor, gana tricolor. Inclusive, si te inclinas por cualquier otro color o ninguno, de cualquier forma ¡gana el de los tres colores! Concluye que, sin importar si es azul o de tres colores, al final pierdes tú. Pero si te inclinas por uno que es más o menos del color de la piel, algo así como morena, pues entonces ganas a todos.
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No muy de acuerdo con esa opinión, un buen amigo me decía que podía darse el caso que, si gana este último, ¡nos fregamos todos! Mi amigo es así, por eso le estimo. En broma, le respondí que [la vida en el México actual] era como el juego de la pirinola, versión 2.0, en donde, al reposar el singular objeto luego de girar, aparece uno u otro de estos resultados: “TOMEN todos”, o “TODOS se PONEN”. Nada más.
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Y es que parece que en este país, de decepciones y tragedias recurrentes, ya no hay quien crea en algún buen porvenir y prefiere cerrarse al cambio. Al cobijo de “Más vale malo por conocido…” nos mantenemos en la cómoda mediocridad, sorteando con gran destreza el estado de cosas, el día a día. Nuestros mejores escudos son, “En tanto no me toque a mí…”, “De que lloren en mi casa a que lloren en casa del vecino…”, “No soy como los demás…”, etcétera. Ese es el grado de reflexividad.
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Maravillosa resulta esa condición para el gobernante en turno, o el diputado o senador que “nos representa”, quienes saben que amasarán cuanta riqueza puedan mientras se mantengan en el poder, y por ello no lo sueltan. Pues por otro lado, no hay quien se atreva a pedirles cuentas, y si lo hay, simple y sencillamente se le ignora.
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Si alguien se pregunta sobre las razones de esta condición trágica, la respuesta fácil es que la culpa de todo la tiene el gobierno. ¿Será?
El reconocido maestro Giovanni Sartori alumbra otra explicación: el no leer fulmina la capacidad de abstraer, con lo que el individuo se convierte en un ente vacío, un acrítico receptor de supuesta “información” favorable siempre a los intereses de la elite. Tal vez ello suene familiar si reparamos en el medio por el cual “se informa” la mayoría de los mexicanos: la televisión. Sea por voz de Joaquín (¿ya se va?, ¡qué pena!) o de Javier, se indica a la gente LO QUE ES noticia y se le guía sobre cómo entenderla y hasta cuánto saber de ella; se le dice lo que le debe importar y hasta qué color le ha de gustar.
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La tele en México cumple su función: mantiene al pueblo donde quiere que esté, que es donde le conviene al poder (de hecho, la tele es uno en sí misma). Ciertamente, parece que no hay ya necesidad de pensar cuando los “imparciales informadores” ofrecen al televidente LO QUE NECESITA para vivir en su mediocridad. Pero es evidente que, en el otro lado de la cancha, el ciudadano, no está cumpliendo con su responsabilidad. La comodidad y preferencia por el no pensar y no preocuparse le llevan a rechazar el saber a través de otras fuentes. En el extremo, a refutar lo que aún no conoce porque en la tele le han informado que se trata de algo malo, acaso “un peligro para México”.
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Por otro lado, a mi buen amigo le asiste la razón aunque, en mi opinión, en un contexto más amplio. Lo expreso así: sean del color que sean, nuevos o viejos, conocidos o por conocer, los partidos llevan el sello del desprestigio. Esto no es privativo de estas tierras. NO. En Europa, por caso, el sistema de partidos está deteriorado. En su obra Gobernando el vacío, Peter Mair (2013) lo sintetiza de manera lapidaria:
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La era de la democracia de partidos ha pasado. Aunque los partidos permanecen, se han desconectado hasta tal punto de la sociedad en general y están empeñados en una clase de competición que es tan carente de significado que ya no parecen capaces de ser el soporte de la democracia en su forma presente.
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¿Podemos esperar algo satisfactorio de una democracia mexicana, tan incipiente como imperfecta y plagada de tramposos, en donde conocidas familias de caudillos de poca monta se pasan el puesto de padres a hijos y a nietos? ¿Tienen remedio esos institutos políticos que sólo procuran su beneficio, y cuando se les pregunta por México voltean a verse el ombligo?
Se preguntará el lector, ¿Y los independientes? Nombre usted a uno que realmente lo sea. En su obra El político y el científico, el sociólogo Max Weber afirma que un político realmente independiente debe vivir para la política y no de la política: “La diferencia entre el vivir para y el vivir de se sitúa […] en el nivel económico. [Quien viva para la política] ha de ser económicamente independiente de los ingresos que la política pueda proporcionarle.” ¿Conoce usted uno así?
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En conclusión, para que luego el ungido no venga con el juego de la pirinola 2.0, diciéndonos “TOMEN todos / TODOS se PONEN, porque yo gané”, mejor reflexionamos un poco… o, ¿le preguntamos a Denise?
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Fecha de publicación en otros medios: 2 de junio de 2016

Plumas Libres

Twitter: @RicSantes

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