El adiós de Felipe Calderón ¿Entre Sabritas y democracia, o impulsando un país mejor?

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Ricardo V. Santes Álvarez

 

El pasado fin de semana, en los estados de Guanajuato y Michoacán fueron incendiados varios centros de distribución y decenas de vehículos de la empresa Sabritas, uno de los poco honrosos pilares de la alimentación de los mexicanos, propiedad del gigante refresquero estadunidense Pepsico. En diarios nacionales circularon dos versiones:

1) Se trató de una venganza del crimen organizado debido a que fuerzas federales han utilizado esos transportes para incursionar en zonas de la geografía regional donde existen actividades ilícitas.

2) Los atentados son consecuencia de fallidos “cobros de piso” a la transnacional por parte de la delincuencia.

Esta última especie fue desechada de inmediato por la empresa, no así la primera. A pregunta de Carmen Aristegui sobre el particular, el representante jurídico de Sabritas respondió tangencialmente: “estamos 100% enfocados en nuestro negocio y actuamos apegados a la ley, esa es nuestra actividad”. No hubo, por tanto, negación tajante. Lo que sí ocurrió es que, en pronta acción policial, algunos perpetradores fueron capturados e identificados por las autoridades de Guanajuato.

 El hecho no pasaría de ser uno más de los tantos que diariamente se acumulan al anecdotario de la violencia en el actual sexenio; pero adquiere notoriedad porque fue utilizado por el presidente Felipe Calderón Hinojosa para afirmar que, atentados como ese, confirman que el crimen organizado no solamente amenaza a la seguridad sino a la democracia: “Con hechos [los criminales] están demostrando que son la peor amenaza al desarrollo, la peor amenaza a la democracia y la peor amenaza a la seguridad y por ello debemos redoblar esfuerzos para combatirla y exterminar la amenaza que esto representa a la vida de nuestros pueblos”.

 Luego de un agitado activismo electoral durante el mes de abril, que le llevó a dictar cátedras de democracia, seguridad interior eficaz, diplomacia, y economía próspera, en espacios como la VI Cumbre de las Américas (Cartagena de Indias), el Foro Económico Mundial para América Latina (Puerto Vallarta), y en reuniones con prominentes personajes en Washington, DC, Felipe Calderón inició el mes de mayo guardando cierta moderación. Pero sólo por un lapso breve. El día 22, durante el Foro Nacional de Seguridad y Justicia (México, DF), volvió a la carga; increpó y emplazó a los candidatos presidenciales a pronunciarse sobre si iban a continuar su guerra contra el crimen organizado o no: “¿Que va a pasar con la seguridad, van a seguir luchando contra los criminales o no?”.

Como si hubiese realizado una invocación, del grifo cayó la gota que derramó el vaso, pues los días 25 y 26 ocurrieron los atentados a Sabritas. El presidente volvió a la arenga, denunciando que quien ataca a empresas como esa ataca a la democracia.

 Durante su campaña e iniciada su administración, Calderón aseguraba que sería el presidente del empleo y la seguridad; que el suyo sería el sexenio de la infraestructura; que él tenía las manos limpias; etcétera. A punto de cerrar la última página de su encargo, en actos de despedida anticipada ha esbozado cómo quiere pasar a la historia; el día 17 en la Riviera Maya, dijo que algún día se le recordará como el hombre que inició la batalla para hacer de México el país más seguro. Lo dudo. Ninguna estrategia o acción de política pública vale más que la vida de un ser humano, y su gobierno acumula decenas de miles de muertes; muchas, de inocentes que fueron catalogados de manera irresponsable como “daños colaterales”. Más de una voz afirma que el sello calderonista nada tiene de lo que prometió, sino otros distintivos, como los de desempleo, violencia, muerte, corrupción, impunidad, deterioro social, y desprestigio de una de las instituciones más importantes de la nación: las fuerzas armadas.

 Calderón Hinojosa seguirá ocupando su cargo público, con todos los beneficios pero también con todas las responsabilidades, hasta el último día de noviembre. Por ello, antes que proponga recordársele como ex-presidente, debe considerar que, como presidente, aún tiene tareas por realizar, las que seguirán marcando su sexenio y con las que también se le recordará. En la actual contienda electoral, por méritos propios o porque otros poderes lo someten y minimizan, el presidente de México ha pasado a un plano muy, pero muy secundario. Él personalmente confirmó esta condición cuando calificó de “paradójico que mientras en muchos países las manifestaciones se dan en contra de los gobernantes en turno, en México se realicen en contra de otros actores”; lo anterior al comentar las protestas dirigidas al candidato presidencial del PRI. En efecto, el señor Peña Nieto le ha desplazado del foco de atención. Algunos dijeron que en el primer debate presidencial, el primer mandatario salió bien librado porque nadie habló de él. ¿Será porque lo que diga o haga ya a nadie importa?

 Viene al caso mencionar que, pese a sus innumerables pifias, Vicente Fox pasará a la historia como el primer panista en ocupar la presidencia de la República y, por tanto, a quien tocó el gusto de sacar al PRI de Los Pinos. Felipe Calderón, por su parte, corre el riesgo de ser recordado como el presidente panista que, por sus propias acciones y omisiones, conformó el escenario para que las cosas retornaran al estado anterior.

 En conversación con representantes del IFE, Calderón ha ratificado su absoluto respeto a la autonomía del instituto y su apoyo al mismo frente a la jornada electoral del primero de julio. Es lo menos que se puede esperar de quien se autoproclama demócrata. Pero el presidente de la República debe hacer más. En el contexto de un espíritu democrático, está en sus manos girar las instrucciones necesarias para que los demás órganos del Estado procuren un proceso electoral pacífico, transparente, legal y legítimo, a la vez que contengan enconos y guerras sucias entre adversarios políticos. Puede asimismo sentar las condiciones necesarias para que los ciudadanos emitan su voto por quien prefieran con total libertad, superando amenazas corporativas o inducciones forzadas a inclinarse por una opción determinada. Está en su voluntad, igualmente, asumir ante la nación el compromiso de respetar el resultado de la elección, sin menoscabo de la fórmula triunfadora, enfocando esfuerzos que eviten el manoseo de urnas, la caída del sistema u otras trapacerías que operen contra la voluntad ciudadana.

 Si el atentado a empresas como Sabritas es una afrenta a la democracia, es todavía más grave cualquier pretensión de socavar el deseo de los mexicanos por vivir en un país mejor. El presidente Felipe Calderón Hinojosa sigue siendo fiel de la balanza en la vida política de México, por lo que puede y debe coadyuvar al tránsito hacia una democracia consolidada. Si lo hace, saldrá favorecido en el interés por elevar su nombre en la historia nacional; si no, ya sabe el lugar que ocupará.

Twitter: @RicSantes

Ver también Plumas Libres y Los Ángeles Press


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