AMLO y el aeropuerto: consultar al pueblo‎

Para no equivocarnos, lo mejor es preguntar a todos.

(Andrés Manuel López Obrador, Presidente electo de México, 17 de agosto de 2018)

 

La construcción del Nuevo Aeropuerto Internacional de México (NAIM), ha generado fuerte polémica desde que Andrés Manuel López Obrador lo mencionó durante la campaña presidencial. Máxime, cuando lo asumió como tema de alto impacto. “Vamos a cancelar el proyecto”, advirtió.

Tremendo desafío lanzó el morenista. De inmediato, se activaron alarmas y arreció el interés por descarrilarlo a como diera lugar. Desde la vocería de la Presidencia, pasando por el impresentable titular de la SCT y el resto del gabinete, de la mano de los señores del dinero, incluido el que tiene más que todos, Carlos Slim, y por supuesto, la grey de medios y comunicadores orgánicos, se desató furiosa andanada de críticas a la intención lopezobradorista. Lo menos que se adujo fue que el intransigente “tabasqueño” (como le nombran aquellos que sienten sangre azul en las venas y que optan por no mirarse al espejo) estaba en contra del progreso del país. Agregaban que todos los aspectos técnicos, financieros, y hasta ambientales, estaban perfectamente cubiertos; de manera que no había espacio para la duda.

No obstante, necio, como él mismo se ha declarado, AMLO continuó su lance. Poco a poco fue descobijando lo que con tanto celo resguardaba el falleciente régimen: irregularidades, debilidades y falacias en torno al proyecto… por aquí y por allá.

Por ejemplo, se revela que la Secretaría de la Defensa Nacional construyó la barda perimetral del NAICM mediante un contrato que le permitió encarecer la obra casi al doble, y aparentemente con el uso de empresas fantasma; de un costo original de 1,547 millones de pesos, llegó hasta los 2,930 millones.

Otro ejemplo, en marzo de este año, el presidente Peña Nieto declaró que el NAICM estaba “anclado sobre elementos financieros y de mercado [por lo que] suspenderlo tendría un altísimo costo para […] quienes han invertido… y ¿quiénes han invertido? Los mexicanos: Los fondos de pensiones que tienen resguardado el dinero de los trabajadores están invertidos en el aeropuerto”. Caray, si es su caso, lector, ¿cuándo le preguntaron si quería invertir su afore en tan faraónica obra?

Ahora, el presidente electo López Obrador anuncia que el nuevo gobierno tomará decisión en torno al NAIM a partir de una consulta ciudadana, que realizará en octubre. Y por supuesto, la reacción de los personeros del régimen no se dejó esperar: ¿Cómo dejar una decisión técnica en manos de la gente?, preguntan, argumentando que solamente opiniones expertas pueden brindar elementos para una decisión correcta.

AMLO respondió: la consulta va.

Un argumento de peso es que un proyecto al que se inyectan recursos públicos debe pasar, por lo menos, frente a ojos de quienes aportan dichos recursos: los contribuyentes. El mensaje del próximo presidente es un “Ya basta” a las decisiones cupulares, con “expertos” a modo, las que han llegado al extremo de ocasionar lamentables pérdidas humanas (¿alguien recuerda el socavón en el “Paso Exprés de Cuernavaca?).

Y cómo no traer a la memoria el hecho que el mentado aeropuerto tiene ya una historia negra. Veamos.

En octubre de 2001, en comparecencia ante la cámara baja del Congreso de la Unión, a propósito de la construcción del nuevo aeropuerto de la Cd. de México en Texcoco, cuestionado sobre la falta de transparencia en las disposiciones tomadas, el entonces titular de Comunicaciones y Transportes, Pedro Cerisola Werner, respondió que, “se tomaron decisiones estrictamente de carácter técnico”. En relación a la preocupación por el daño a la avifauna que el proyecto ocasionaría en Texcoco, un soberbio Cerisola replicó, “Yo creo que las aves tienen opinión propia y lo han demostrado por sí mismas. El Aeropuerto [Internacional de la Cd. de México, o AICM] ya estaba donde está desde hace 50 años y las aves no estaban ahí; […] llegaron después de que se hizo el Lago Nabor Carrillo […y] decidieron que podían convivir perfectamente con los aviones”.

Y qué decir del conflicto social que surgió con los pobladores de San Salvador Atenco. Sólo la muerte de un ejidatario, en julio de 2002, pudo contener las ambiciones gubernamentales. La cancelación se anunció al mes siguiente.

En noviembre de 2001, el urbanista Emilio Pradilla sintetizaba el ambiente de la época, en los siguientes términos: “La gran obra del sexenio, que algún panista quiere bautizar “aeropuerto Fox” […] inicia su autoritario e inseguro proceso sin sustento en estudios completos, serios y creíbles; pisoteando la tierra, sus recursos y sus hombres, poniendo en mayor riesgo la sustentabilidad ambiental de la metrópoli; contradiciendo la planeación urbana y regional […] ¿Qué poderosos intereses económicos locales y mundiales están detrás?”

A casi 17 años, parece que nada ha cambiado.

A Don Andrés Manuel se le critica por poner a consulta el asunto (una medida que, simplemente, busca rescatar una esencia democrática: la voluntad de la mayoría). Se le acusa de populista (sin tenerse claro lo que eso signifique) y de falto de certidumbre en el rumbo (de ahí que pregunte a la ciudadanía cosas “importantes”). Las críticas, no obstante, revelan el grado de sometimiento al que el gobierno en turno acostumbró al pueblo, haciéndole aplaudir todas las “geniales” iniciativas que emanan de las cúpulas sólo por el hecho de salir de ahí.

Pero ¿qué si la decisión de López Obrador hubiese sido no preguntar a los ciudadanos (al estilo actual, pues)? La crítica sería similar, aunque en el sentido que a partir de diciembre estaremos enfrentando un gobierno dictatorial (como el actual, pues).

Considero que, más que verle como un ejercicio inútil, los detractores de López Obrador debieran asumir la consulta como una oportunidad para manifestar su oposición; aunque esta vez, con información y argumentos, no solamente con vísceras.

 

Fuente de imagen: EFE
Twitter: @RicSantes Fecha de publicación en otros medios:

Plumas Libres, 19-ago-2018

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